Los meteorólogos siempre estaban hablando de algún nuevo tipo de desastre natural u oscilación climática. Había nevadas apocalípticas y tormentas del noreste y del suroeste, El Niño, La Niña y Los Primxs. Solíamos ir a una playa antes de que llegara el Terremoto de la Tierra. Hubo un verano de la Flore es Lava en el que murieron todos los tulipanes. Resistimos tanto la Bombogénesis como el Bomboéxodo.

Los meteorólogos siempre estaban hablando de algún nuevo tipo de desastre natural u oscilación climática. Había nevadas apocalípticas y tormentas del noreste y del suroeste, El Niño, La Niña y Los Primxs. Solíamos ir a una playa antes de que llegara el Terremoto de la Tierra. Hubo un verano de la Flore es Lava en el que murieron todos los tulipanes. Resistimos tanto la Bombogénesis como el Bomboéxodo.

Mi madre compra una cruz demasiado grande para que ella la cargue. La encuentra en una tienda en la Villa del Este que vende ropa y antigüedades, cosas que han sido pasadas de generación en generación. Paga un precio elevado por ella también. La cruz es de cuatro pies de altura, está hecha de hierro grueso y está cubierta de grabados frontales.

Mi madre compra una cruz demasiado grande para que ella la cargue. La encuentra en una tienda en la Villa del Este que vende ropa y antigüedades, cosas que han sido pasadas de generación en generación. Paga un precio elevado por ella también. La cruz es de cuatro pies de altura, está hecha de hierro grueso y está cubierta de grabados frontales.

Cuando la fiebre cambia y afloja,
comprendo la ausencia, nacer de nuevo
a la soledad, la población de mis alucinaciones

esquiva y escondida. Es entonces
cuando pienso en la mujer a la que llamé madre
por error y añora el suave hilo de su suéter,

la mano enguantada tomando la mía
por el camino helado, la forma en que sus labios fueron firmes
en su enunciación de mi nombre, aunque nunca hija.

Una vez, cuando yo era todavía una niña,
ella me levantó sobre las ramas bajas,

Cuando la fiebre cambia y afloja,
comprendo la ausencia, nacer de nuevo
a la soledad, la población de mis alucinaciones

esquiva y escondida. Es entonces
cuando pienso en la mujer a la que llamé madre
por error y añora el suave hilo de su suéter,

la mano enguantada tomando la mía
por el camino helado, la forma en que sus labios fueron firmes
en su enunciación de mi nombre, aunque nunca hija.

Una vez, cuando yo era todavía una niña,
ella me levantó sobre las ramas bajas,