Fiction
Thousand Languages Issue 1
El intérprete de ALEXIS STRATTON
Fabián M Díaz Chacin¿Quieres saber cómo va la historia? Así es como va:
Sentada en el asiento del copiloto de su coche, el cielo brillante, los árboles inclinándose hacia nosotros, suplicándome que hable.
¿Pero en qué lenguas?
Quiero cantar canciones de amor, melodías de mi tierra natal. O las que aprendí en otros lugares: El Salvador, Polonia, Vietnam.
He estado en demasiados lugares para llegar a esto.
Estamos sin aliento, pero estamos aliviados, y estamos sonriendo ahora que estamos a salvo, que estamos lejos. Y sus ojos, un verde avellano que siempre cambia para mí.
Ella toca mi mano. "¿Qué pasa?"
He viajado tanto para liberar mis secretos. He venido todo este camino.
Dos verdades y una mentira:
Crecí en las montañas de Chile. La lengua de mi madre, los ojos de mi padre. Piel morena y pelo negro largo. Los hombres me miraban cuando era adolescente, y mi madre me advirtió que no cometiera los mismos errores que ella.
Nunca me dijo cuáles eran.
La primera mujer que amé fue Gabriela. Tenía la voz más hermosa que jamás había oído. Cantaba en el coro de la iglesia. Cuando sus labios se separaban, quería correr hacia el frente de la capilla y presionar mi cuerpo contra el suyo, mis labios contra los suyos, atraparla con la boca abierta, sorprendida por mi lengua.
La miraba y miraba. No sé si ella lo supo alguna vez.
Cuando me casé, estaba enamorada. La mano de Eduardo en la mía, las calles de San Francisco bajo nuestros pies, sabía que las cosas seguirán así para siempre. Creía que podía amar y amar y seguir amando. Creía que siempre seríamos jóvenes.
Un espacio creciendo dentro de mí. Tallado. Suficiente para una canción.
Julia toca mi rostro. Hace calor en el coche. Su sonrisa. Su voz. Sus labios.
No puedo responderle cuando habla.
"Siempre has sido buena con las palabras", dijo Julia antes.
"Solo con las de los demás".
Una historia:
Hace mucho tiempo, un país estaba en guerra consigo mismo. Hermano luchando contra hermano, la sangre de su pueblo alimentaba los ríos y arroyos, arrastrando sus almas al mar.
El papá fue arrastrado con ellos: tropezando con el agua, con los cuerpos, corriendo por el campo, entre balazos, hacia el vientre acogedor de un bote.
El bote era enorme y olía a gasolina y aceite quemado. Su rostro se oscurecía cuanto más tiempo estaba allí abajo. Se hizo amigo de las ratas. Se reía de sus chistes, les robaba comida.
Cuando el bote se detuvo en la costa del largo y delgado país que es mi tierra natal, mi padre jadeó un grito. Estaba seguro de que habían regresado a Corea, había cometido un error, esas cimas rocosas empujando contra el océano.
Trastabilló fuera del bote en agonía, sabiendo que sería asesinado, por el enemigo o por desertar. De cualquier manera, la bala sería la misma.
Pero no. Lo vio cuando pisó tierra firme. Las palabras a su alrededor lo develaron: otra lengua. Él era libre.
Las palabras no tenían sentido en mi cabeza, pero las dije de todos modos.
"La toqué."
"¿Puedes mostrarme dónde?"
"Aquí, y aquí."
"¿Y luego qué hizo?"
Las palabras se detuvieron, y tomé aliento.
Se suponía que ya debería estar acostumbrada esto, pero había imágenes, y este hombre señalaba las partes de una muñeca, su confesión. Su rostro era inexpresivo. Su voz, inquebrantable.
Ahora, años después, lo intentó y lo intento, pero no puedo sacar su voz de mi cabeza.
"¿Y luego qué hizo?"
Soy el buen policía y el mal policía. Soy las palabras y la historia.
Sin mí, es un sinsentido. Balbuceo, caras, y gestos.
"Ojalá hablara español con fluidez", me dijo Julia un día, apoyándose en su coche en el estacionamiento frente a nuestro edificio. "Mi abuelo era brasileño, pero ninguno de nosotros aprendió portugués. Pero todos adquirimos la relación brasileña con el tiempo". Se rió, el sol convirtió las puntas de sus rizos en un fuego dorado.
Me reí con ella, y nuestros ojos se encontraron, y no estaba seguro de lo que veía. Tal vez solo vi lo que quería. Pero no estaba segura, así que aparté la mirada, hacia los bordes de concreto de nuestro edificio, grises e impenetrables. "Todo se movía más lento en mi familia. Porque mi padre es coreano, a veces la gente piensa que debería ser más como los habitantes de Seúl en estos días, apurada, pero me muevo como mi madre", dije.
"¿Siguen en Chile?"
Negué con la cabeza. "Mi padre murió justo después de casarme, y mi madre falleció hace unos años. Aún tengo familia allá abajo, de todas maneras".
"Lo siento. No puedo imaginar cómo debe ser eso". Su mano en la mía. "Debes extrañarlos. A ellos y a tu hogar".
"Por supuesto. A veces", dije. De la manera en que se extraña una canción que alguna vez supiste, quería decir. A veces no piensas en ello, pero luego la escuchas de nuevo, y no puedes recordar la letra, y desearías nunca haberla olvidado. "Pero me fui hace mucho tiempo".
"Sin embargo, es difícil. Perder."
Dime. Cuéntame estas cosas para que pueda conocer la verdad.
Voy solo a las librerías. Me siento en sofás. Traigo mi propio libro y leo. A veces me quedo dormido. Un empleado me despierta. Un toque en el hombro. "¿Señora?"
Estaba soñando con ópera, con calles de la ciudad y bocas enredadas y las manos de mi madre cruzadas fuertemente en su regazo. Las cosas que me hizo prometer. "¿Señora?"
Las palabras están enredadas en mis labios, salen de golpe. Él parece desconcertado. No he querido decir nada. Nada en absoluto.
Le cuento cosas. Le cuento y el aire en el coche es tan silencioso como si nada se hubiera dicho. Ella dice cosas, y luego la abrazo. La sostengo en mis brazos porque sé que no puedo besarla, pero toco su cuello y beso su mejilla, y su piel es tan suave, y todo lo que he querido en estos meses es abrazarla.
A veces, no veo sus rostros. En las llamadas telefónicas. Solo sus nombres en papeles mecanografiados con casillas marcadas.
"Hola, mi nombre es _________. Soy un intérprete y ayudaré a su trabajador social a comunicarse con usted. Cuando interprete lo que diga, diré exactamente lo que usted dijo. Y cuando le hable a usted, usaré el "yo" como si fuera lo que su trabajador social dijo. No me hable a mí; hable como si lo hiciera con su trabajador social, y yo interpretaré".
A Eduardo no le gustaba cuando hablaba coreano con mis padres. Mi madre casi era fluida, y mi padre solo me hablaba coreano en casa cuando era niño. Cuando me enfado, pienso en coreano. Pero Eduardo no entiende. No entiende cuando le digo "no es lo mismo en español".
Éramos la única familia coreana en nuestro pueblo. Mi padre y su madre, que llegó después y que convocó a su hija. Los vecinos eran amables pero no entendían las extrañas costumbres de mi padre.
"Este es nuestro hogar ahora", escuché a mi abuelita decirle a papá. "내 마음이 한국에 있어," respondió mi tía. 내 마음이 한국에 있어요. O mi corazón está en Chile. O tal vez eso es incorrecto. 마음 significa corazón y alma y el núcleo del ser de uno, no solo un corazón. No solo un músculo rojo y palpitante. Mi 마음 está en mí. En la lengua de Gabriela. En los carros cableados de San Francisco. En las manos curtidas y trabajadoras de Calcuta.
El pincel del artista en Busan.
Bebe del cáliz, la sangre derramada por ti. Y bebe, y bebe.
Trabajaba para el Departamento de Servicios Sociales cuando la conocí. Julia, con ojos verdes-marrones y una risa que hacía reír a los demás y una cara que la hacía parecer tan compasiva como Jesús cuando te miraba. O seria también, cuando era necesario. Me asignaban sus casos con más frecuencia que a los otros intérpretes, pero eso no significaba que tuviéramos mucho tiempo para hablar. Todos en nuestra oficina sabían que compartir coche ahorraba gasolina, pero nuestro código ético prohíbe a los intérpretes viajar en el mismo coche que sus trabajadores sociales. Porque ante todo, un buen intérprete debe mantenerse imparcial. Sus sentimientos y pensamientos nunca deben mostrarse. Para el trabajador social y el cliente, ella es invisible. Pero no lo era, no para Julia. Y cuando regresábamos a la oficina, hablábamos en el estacionamiento, con el sol de verano brillando sobre nosotros hasta que el sudor nos recorría la cara. O en el frío, tomábamos café en la pequeña cafetería junto a nuestro edificio, y me encontraba deseando hacerla sonreír. No sabía que esto estaba pasando. No fue mi intención.
La mano de mi esposo está sobre mi estómago y estamos acostados en la cama y quiere saber por qué no lo toco, pero ¿cómo podría entenderlo, después de los años y los hijos y los abortos y la forma en que nunca fuimos lo que yo quería que fuéramos? La forma en que extrañaba mi jardín en Santiago, y hablar coreano todos los días, y la cocina de mi madre, y comer con las manos en Nueva Delhi. La sensualidad de ello, el sabor que llegaba a través del tacto. "¿Hay alguien más?" pregunta. Siempre va por ahí. ¿Cuántas palabras debo usar para decir "no"? ¿Por qué no puedo simplemente estar cansada o aburrida o tan lejos de aquí que podría estar alcanzando a través del océano? Jura que estoy viendo a alguien más. Pero solo estoy viendo.
Todo. En todas partes. Todo a la vez. Como olas que nos inundan, inundando mi mente. En el consultorio de un terapeuta, tus palabras salen por mi boca. Mi voz se convierte en la tuya. "Todavía la amo. Tal vez cometí un error. Antes". "No tenías muchas opciones". "Lo sé. Pero tal vez no debería haberme casado". "¿Lo amabas? Antes?" "Sí. Pero no así".
Cuéntame una historia. Un hombre vivía en el campo con sus dos hijos y su esposa. Las cucarachas eran enormes y estaban por todas partes. Caían del techo. Los niños tenían que irse. Las personas del gobierno estaban allí, diciéndole esto; estas mujeres, una de las cuales hablaba su idioma, pero nunca le respondía como quería. La otra, la estadounidense, cruzó las manos en su regazo como si pudiera mantenerlas ahí para siempre. Una cucaracha se arrastró por el respaldo del sofá. Ambas mujeres saltaron. Su mano en mi brazo. Su mano en mi brazo. Su mano en mi brazo.
Una vez, mi hijo me preguntó si odiaba Chile, si por eso me fui. "Por supuesto que no", dije. "Es mi alma, mi vida". "Pero te fuiste, Mamá". "Sí, claro, pero solo porque vine aquí no significa que haya perdido ese amor".
Dos verdades y una mentira. Dos mentiras y una verdad. Tres verdades.
Tres mentiras.
Había una vez una chica. Amaba a Gabriela. Los besos de Gabriela eran apasionados. El oscuro pasillo detrás del coro. Sus manos tirando de la ropa, los labios tirando de los labios.
Era una misa. Antes del amanecer. Un vecino en un pasillo oscuro. Un hombre. La chica no estaba segura. Él le ofreció dinero. Le mostró su cosa, y la chica huyó pero nunca dijo una palabra.
Estaba nervioso, asustado. Los pasadizos oscuros en el vientre del barco, la humedad. La suciedad en su rostro y las lenguas que no conocía. Las armas que dejó atrás.
Una cucaracha se arrastró por el respaldo del sofá.
En las playas de Busan, las olas rompían y Eduardo sostenía mi mano. Había estado incómodo durante todo el viaje, pero allí, junto a esas aguas, su cuerpo se relajó, sonrió y se rió y practicó las pocas frases en coreano que conocía. A veces la gente nos miraba y se preguntaba, porque no éramos como ellos. Eduardo señaló un banco cercano. Un hombre sostenía un pincel en el aire, deteniéndose para planear su próximo movimiento artístico. El letrero junto a él decía: "초상화 10,000₩". El artista dio un último trazo y luego su sujeto, un niño con gorra, se levantó de un salto. Eduardo me tiró de la muñeca. Hablé con el artista en coreano y nos dio la bienvenida a su banco. Nos sentamos y estudiamos.
"¿De dónde son?" preguntó el artista en inglés, dando los primeros trazos en el lienzo. "Soy de Puerto Rico. Mi esposa es de Chile. Pero ahora vivimos en California". El artista se volvió hacia mí. "우와. Hablas bien coreano. ¿Viviste aquí antes?" "우리 아버지는 한인입니다." "Es nuestro decimoquinto aniversario. Le prometí que la traería aquí. Para celebrar", dijo mi esposo. Me agarró de la mano mientras estábamos sentados, y sentí sus dedos presionando contra los míos. El grosor, el calor. Sonreí ligeramente mientras el hombre continuaba pintando, sus ojos pasando por cada parte de nosotros. Mientras su pincel encontraba el lienzo, imaginé lo que estaba sucediendo en el otro lado, el lado que no podíamos ver. Los colores, los trazos. La densidad que surge incluso del color más ligero. En mi mente, vi mi rostro creciendo más allá del marco, desbordándose por los bordes, las pinturas sangrando juntas. Finalmente, el pintor frunció los labios, el pincel suspendido en el aire. Sus ojos se estrecharon al mirarme. "¿Terminado?" preguntó mi esposo, su mano sudorosa contra la mía y su cuerpo tenso de esperar. "아마도 안 좋아 할거예요." Incliné la cabeza. "¿Qué dijo?" "Dice que formamos una pareja hermosa". Eduardo soltó mi mano y corrió al otro lado del lienzo. Estaba sonriendo. "Amor, estás más hermosa que nunca. Mi esposa preciosa". Le dio la vuelta al retrato. Mis ojos se dirigieron al artista. Los encontró por un momento, sus labios apretados, pero sus ojos eran suaves. Líneas suaves, gentiles, preguntando. Viendo. "어떻개 알았습니까?" "¿Le preguntaste cuánto debemos?" "Solo 20,000 won. Para los dos", dijo, las últimas palabras cortadas. Miré mi rostro en el lienzo. Las líneas oscuras. El anhelo. ¿Cómo lo veía? "Bueno", dijo el artista, tomando el billete de 20,000 won de mi esposo. Nuestros ojos se encontraron de nuevo, pero los suyos se habían nublado y se alejaban de nosotros. "Felicidades". Las líneas entre nosotros son delgadas. Las líneas entre. Dibujadas como un guion. Cada línea dada. Pero ya no puedo seguir. El calor del coche, y sé que está mal, estoy mal, soy culpable, como cuando era niña y besé a otra niña y la forma en que se sentía bien pero no podía soltarme, tenía que hacerlo, pero no podía...
Gabriela en tacones altos rojos. Gabriela con largos cabellos oscuros. Gabriela con ojos amplios y brillantes. La boca de Gabriela abierta, cantando en un escenario, una superestrella, los fanáticos aclamando y las luces brillando intensamente. Gabriela nadando en el océano, juguetona, las olas chocando a su alrededor. El vestido de Gabriela ondeando a su alrededor, su cuerpo a la deriva entre la tela flotante, como si estuviera volando.
No, no tiene sentido. Pero ¿qué lo tiene alguna vez? ¿Debería cantártelo de nuevo? ¿En otra tonalidad, tal vez?
El cliente enfurecido en la casa hasta que la única opción fue escapar. Corrimos hacia el coche de Julia, el sol golpeándonos, el cliente gritando acerca de sus hijos y una pistola. La sensación persistente de estar rodeados, las cucarachas correteando cerca de nuestros pies y por el respaldo del sofá. "Amor, todavía te amo mucho. Haré cualquier cosa. Cualquier cosa". Ella arrancó el coche y condujo hasta la gasolinera más cercana para usar el teléfono público. La policía nos dijo que esperáramos allí, pero teníamos calor y miedo, así que fuimos más lejos por el camino hasta una arboleda sombreada, el sol bailando entre las hojas y nadie allí excepto nosotros. Querido Dios, pensé. Querido Dios, ayúdame. "¿Estás bien?", preguntó ella. Ahora, sí, ahora. Aquí. Los meses pasados creyendo en la posibilidad. Todas las cosas que había imaginado. La sensación de su piel. Su risa resonando por mis pasillos. Besar bajo la lluvia mientras caía sobre nuestras cabezas. Decirle estas cosas. Amor. 사랑해. Dime. Por favor. Dime que me amas. Su mano en mi brazo y la mirada en mis ojos. "¿Qué pasa?", preguntó ella.
El calor de la iglesia, el duro banco bajo nuestros traseros. Cristo colgado en un crucifijo. Padre de una tierra extranjera, cuéntame la historia de dónde viniste, cómo llegaste aquí. Háblame del éxodo. Y de la familia que vino después. Háblame sobre lenguas y espíritus y los viajes por tierra y mar. Quiero saborear la sal, la sangre. El cuerpo, roto por mí, de nuevo. De nuevo.
Eduardo dando vueltas. "¿Qué quieres decir con que no me amas?" pregunta en inglés.Aclara eso y ayúdame a entender". Amor, todavía te amo mucho. Haré cualquier cosa. Cualquier cosa". Una vieja sensación. Un viejo idioma. "Te amo". El agua lamiendo los bordes. Una canción que una vez conociste las letras.
El calor del coche y su boca en mi boca y su mano deslizándose por la parte trasera de mi camisa.
De pie frente a una cafetería, sintiendo sus dedos delgados deslizarse entre los míos. Dedos que parecen de pianista.
"¿Tocas el piano?", preguntó. "No, la guitarra", responde ella.
Sabiendo que nos encontrarán y nos verán y nos conocerán y algo sucederá.
Deseando que el mundo hubiera sido así hace mucho tiempo. "Eres joven", digo. "No sabes cómo era." Pero luego ella toca mi cadera, y lo he olvidado, y es solo esto y ahora la amo y sé que está mal, pero me pregunto si he estado equivocado todos estos años.
Mi querida L.,
Ya no puedo seguir haciendo esto. No hay palabras para expresar cómo me siento acerca de ti. Pero estamos caminando por una línea que no puedo cruzar. Por favor, perdóname. Si no fuera por la manera en que son las cosas, esto podría ser diferente.
Pedimos la verdad, pero lo que realmente queremos es que la mentira sea cierta.
Sangre, cuerpo.
Calor. Corazón.
Roto. Por ti.
La mano de Gabriela en la mía, mi boca presionada contra la suya, nuestras manos agarrándose, esto es lo que sé, lo que recuerdo. El largo día se convirtió en una delgada línea en el horizonte. Los nombres de los niños para mí, las cosas que decían, este extranjero con una lengua extraña. Extraña, pero también suya.
¿Cómo sobrevivimos? ¿Cómo lo hacen? Estas personas que habito, siquiera por un momento. Las confesiones, las mentiras. Las cosas que les pasaron y que no pueden contarle a nadie.
Me lo cuentan primero, y yo rehago la historia: una historia verdadera, pero en nuevas palabras, escogidas con cuidado.
Aun así, nunca es del todo igual. Alma. Corazón. 마음.
Estamos sentados en su coche, la ropa empapada por la lluvia. El motor ruge impacientemente, la lluvia golpeando cada vez más fuerte en el techo.
Quería decirle tantas cosas. Aprender su vida como una canción, sabiendo que sonaría diferente con cada interpretación. Escribir "rubato" sobre cada segundo que estuviéramos juntas para estar segura de que duraría.
Quería conocerla y nunca perder ese conocimiento.
Toqué mi frente. Está pegajosa por la laca. Me limpio las manos en mis jeans.
"Pero te amo", digo, mi voz insegura.
Ella agarra el volante, suelta. Afuera, la lluvia cae con fuerza en los cristales, llenando nuestros oídos, difuminando el mundo.
Así es como va la historia: Estamos sentados en su coche. Estamos perdidos en el mar. Tenemos un mapa en nuestras manos, pero la tinta se ha corrido en algo que no podemos seguir: El olor a aceite quemado y agua salada. La cara ennegrecida de mi padre y la voz de mi madre susurrando bajito por la noche, cantándole para dormir. Las palabras que se entrelazaban como golosinas en nuestra boca cuando hablábamos. El eco de las campanas de la iglesia y el olor de la madera ardiendo en la estufa. El calor de la cocina de mi madre. Las líneas de las montañas que rasparon el cielo. Mi madre abrazándome mientras caía la noche, manteniendo el frío afuera. Mi padre diciendo cosas que pensé que nunca olvidaría pero que ya no puedo recordar.
Dime de nuevo de dónde vengo. Explícame cómo llegamos aquí. Muéstrame las líneas. Júntalas.
Estíralas hasta que se rompan.
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