The Saints of Negativity

Norman Dubie

It was the first snow in memory, and
A dark morning.
The cypress trees had fallen from the skies
Like long fan feathers of the white ibis .

The patron, Piero de' Medici,
Eating his orange,
Childishly summoned Michelangelo
Back to the villa
From the Infirmary of Santo Spirito
Where the sculptor
Had dissected a fresh body, his awful
Studies in anatomy.

A huge block of snow was shaded
With skins
And the young Michelangelo
Was to make a virgin and child.
Servants of Piero, as a joke,
Had spoiled the marble
With a trickle of ox blood. Then
They paved the uncarved block
With more snow and a glaze of water.

Under the afternoon sun
Michelangelo reached the courtyard
And the snowmen of Piero' s bastard children
Had sagged into large pears
Which the hungry birds sat upon . . .

Piero de' Medici, disappointed with the sun,
Had gone to bed with his first cousin
Who as a girl
Had roasted and eaten her favorite falcon.

Still in his hospital apron
Michelangelo sat in the cart
With one hand on a muddy wheel
And stared into the white stubble
Of the distant field. All he could see

Was the bearded face of the old
He had undone that same morning.
He took his wrap of knives
And approached the block of snow. He threw

Off the goat skins. He told Piero later
That a woman and child were buried in snow;
That he found them, but
In the sunlight they turned to water
And wine, possibly water and blood. He didn't
Know. Make no mistake, he said,
The earth like a crust of bread absorbed them.

Los Santos de la Negatividad

Fabián M Díaz Chacin

Translator's Note

Fue la primera nevada en la memoria, y
una mañana oscura.
Los cipreses habían caído del cielo
como largas plumas de abanico del ibis blanco.

El patrón, Piero de' Medici,
comiendo su naranja,
convocó infantilmente a Michelangelo
de vuelta a la villa
desde el monasterio de Santo Spirito
donde el escultor
había estado trabajando en un cuerpo fresco, sus terribles
estudios de anatomía.

Un enorme bloque de nieve estaba sombreado
con pieles
y el joven Michelangelo
debía esculpir a una virgen con un niño.
Los sirvientes de Piero, como una broma,
habían estropeado el mármol
con un chorrito de sangre de buey. Luego
cubrieron el bloque sin tallar
con más nieve y una capa de agua.

Bajo el sol de la tarde,
Michelangelo llegó al patio
y los muñecos de nieve de los bastardos de Piero
se habían derretido en peras grandes
sobre las cuales los pájaros hambrientos se posaron...

Piero de' Medici, decepcionado con el sol,
se fue a la cama con su prima hermana
que de niña
había asado y comido a su halcón favorito.

Aún con su delantal de hospital,
Michelangelo se sentó en el carro
con una mano en una rueda embarrada
y miró el rastro blanco
del campo helado. Todo lo que podía ver
era el rostro barbado del anciano
que había deshecho esa misma mañana.

Se despojó de su envoltura de cuchillos
y se acercó al bloque de nieve... Quitó
las pieles de cabra. Le dijo a Piero más tarde
que una mujer y un niño estaban enterrados en la nieve,

que los encontró, pero
en la luz del sol se convirtieron en agua
y vino, posiblemente agua y sangre. No lo sabía.
No se equivoquen, dijo,
ellos, como un pedazo de pan, los absorbió.

 

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